Rorro
Estaba furibundo. Cogió la hoz y destrozó el añil sembrado, con la esperanza de que los muy cabrones se quedasen también sin añil en el cielo.
Estaba furibundo. Cogió la hoz y destrozó el añil sembrado, con la esperanza de que los muy cabrones se quedasen también sin añil en el cielo.
Igual que en las noches precedentes, se quedó ensimismada mirando el fuego. Las gélidas temperaturas de la noche desértica eran lo de menos. Cada hoguera era un nuevo nacimiento. Una oportunidad para coger, por fin, el valor.
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